CELEBRACION PENITENCIAL DE CUARESMA 2020

CELEBRACION PENITENCIA CUARESMA 2020

CONVERTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO"

‘Convertíos y creed en el Evangelio’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla

>Queridos hermanos y hermanas:

Con la imposición de la ceniza comenzaremos el próximo miércoles el tiempo santo de Cuaresma. En él nos prepararemos a celebrar el Misterio Pascual, corazón de nuestra fe. Su duración de cuarenta días evoca algunos de los acontecimientos que han marcado la vida y la historia del antiguo Israel: los cuarenta días del diluvio universal que concluyen con la alianza establecida por Dios con Noé; los cuarenta días en que Moisés permanece en el monte Sinaí, que terminan con la entrega de las tablas, en las que se contiene la Ley santa con la que Dios, como sabio pedagogo, quiere dirigir  la vida de sus hijos.

La Cuaresma evoca también los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, orando y ayunando, antes de emprender su misión salvadora. Como Jesús, también nosotros recorremos un camino de ascesis, de interioridad y de oración para dirigirnos espiritualmente al monte Calvario, meditando y reviviendo los misterios centrales de nuestra fe. De este modo, celebrando el misterio de la Cruz, nos prepararemos para gozar de la alegría de la Resurrección.

Comenzaremos la Cuaresma con la bendición e imposición de la ceniza, un rito tan austero como lleno de simbolismo. Al depositarla sobre nuestras cabezas, la liturgia nos permite elegir entre dos fórmulas. Las dos contienen una llamada apremiante a reconocernos pecadores, a rasgar nuestros corazones, como nos pide el profeta Joel, a convertirnos y a volver al Señor.

La primera nos recuerda que somos polvo y que al polvo hemos de volver. Estas palabras, tomadas del Génesis (3,19), evocan la caducidad de la condición humana y nos recuerdan los novísimos, las realidades últimas de nuestra vida, la necesidad de estar siempre preparados para el encuentro con el Señor, depositando nuestra esperanza sólo en Él y no en los bienes de este mundo.

La segunda fórmula recoge las palabras pronunciadas por Jesús al inicio de su ministerio público: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mar 1,15) y quieren ser una invitación a adherirnos de forma radical e irrevocable al Evangelio y a buscar en la Palabra de Dios el alimento de nuestra fe y de nuestra vida cristiana en esta Cuaresma. En las pruebas de la vida y en las tentaciones que el mundo, el demonio y la carne nos tienden a diario, el secreto del triunfo consiste en escuchar la Palabra de la verdad y en rechazar con decisión la mentira que encierra siempre el mal y el pecado.

Éste es el único programa posible en nuestra Cuaresma: escuchar la Palabra de la verdad que salva, vivir en la verdad, decir y hacer la verdad, rechazar la mentira que es siempre el pecado, que es la puerta de todos los males de nuestra sociedad. La Cuaresma nos invita a dejar que la Palabra de Jesús y su Evangelio penetren en nosotros, para de este modo, conocer la verdad más auténtica de nuestra vida: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el supremo valor por el que luchamos y sufrimos, cuál es el camino que debemos tomar en la vida para no malbaratarla ni perderla.

El tiempo santo de Cuaresma y la severidad de la liturgia de este tiempo nos ofrecen un programa ascético que debe llevarnos a la conversión del corazón, a través de la oración más dilatada, constante y sosegada; a través del silencio y el desierto, que nos ayudan a entrar dentro de nosotros mismos para reconocer nuestro pecado y para abrir el corazón al amor misericordioso de Dios; a través del ayuno y la mortificación voluntaria que nos une a la Pasión de Cristo; y a través de la limosna discreta y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto, como nos dice el Señor en el Evangelio. La oración, la mortificación, el ayuno y la limosna son las expresiones visibles de nuestro compromiso interior de conversión.

La práctica voluntaria del ayuno nos permite caer en la cuenta de la situación en que viven muchos hermanos nuestros, casi un tercio de la humanidad, que se ven forzados a ayunar como consecuencia de la injusta distribución de los bienes de la tierra y de la insolidaridad de los países ricos. Desde la experiencia ascética del ayuno, y por amor a Dios, hemos de inclinarnos como el Buen Samaritano sobre los hermanos que padecen hambre, para compartir con ellos nuestros bienes. Con ello demostraremos que los pobres no nos son extraños, sino alguien de nuestra familia, alguien que nos pertenece.

Quiera Dios que todos aprovechemos este tiempo de gracia y salvación. Que no echemos en saco roto la torrentera de gracias que el Señor quiere derramar sobre nosotros con las prácticas cuaresmales. Que todos y cada uno nos dejemos reconciliar con Dios. Que la Santísima Virgen nos sostenga y nos aliente en nuestra conversión al Señor y a nuestros hermanos y nos conceda una Cuaresma fructuosa y santa.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición,

+  Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

¿QUÉ CELEBRAMOS EN EL MIÉRCOLES DE CENIZA?

Miercoles de Ceniza 2020

 

Esta semana comienza el Tiempo Litúrgico de Cuaresma y lo hace con la celebración del miércoles de ceniza, costumbre de gran arraigo en el orbe católico ¿De dónde viene esta costumbre? ¿Por qué un miércoles? ¿Por qué de “ceniza”?

En los primeros años de la Iglesia la duración de la Cuaresma variaba. Finalmente alrededor del siglo IV se fijó su duración en 40 días. Es decir, que ésta comenzaba seis semanas antes del domingo de Pascua. Por tanto, un domingo llamado, precisamente, domingo de cuadragésima.

En los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal, presentándose un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en domingo por ser día de fiesta, la celebración del Día del Señor. ¿Cómo hacer entonces para respetar el domingo y, a la vez, tener cuarenta días efectivos de ayuno durante la cuaresma? Para resolver este asunto, en el siglo VII, se agregaron cuatro días más a la cuaresma, antes del primer domingo, estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto. Si uno cuenta los días que van del Miércoles de Ceniza al Sábado Santo y le resta los seis domingos, le dará exactamente cuarenta. 

Así la Iglesia empezó la costumbre de iniciar la Cuaresma con el miércoles de Ceniza, costumbre muy arraigada y querida por el pueblo cristiano. El miércoles de Ceniza en la Iglesia Católica es el primer día de la Cuaresma, cuarenta días antes de la Pascua. En este día se inicia un tiempo espiritual particularmente importante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.

También en los primeros siglos de la Iglesia en Roma, existía la práctica de que los “penitentes” -grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, a las puertas de la Pascua- comenzaran su penitencia pública el primer día de la Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el jueves antes de la Pascua.

Estas prácticas cayeron en desuso -del siglo VIII al X. Entonces, en el siglo XI, desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, viendo que el símbolo de la imposición de la ceniza al iniciar la Cuaresma era bueno, se empezó a realizar este rito para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión cuaresmal.

Por algún tiempo la imposición de la ceniza se realizaba al principio de la celebración litúrgica o independientemente de ella. En la última reforma litúrgica se reorganizó el rito de la imposición de la ceniza con el objetivo de que sea un símbolo más expresivo y pedagógico para los fieles, pasándose a realizar después de las lecturas bíblicas y de la homilía, las cuales nos ayudan a entender el profundo significado de lo que estamos viviendo. La Palabra de Dios, en ese día, nos invita a la conversión. El deseo de convertirnos y volver al Señor es lo que da contenido y sentido al gesto de las cenizas.

Las cenizas usadas para la cruz que recibimos en la frente son obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos del año anterior.

Este tiempo del Año Litúrgico, la Cuaresma, se caracteriza por el llamado a la conversión. Si escuchamos con atención la Palabra de Dios durante este tiempo, descubriremos la voz del Señor que nos llama a la conversión. Por eso es elocuente empezar este tiempo con el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, acompañado de las palabras “Convertíos y creed en el Evangelio” y de la expresión “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”, nos invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordándonos la fragilidad de nuestra vida aquí en la tierra.

Significado simbólico de la Ceniza

La ceniza, del latín “cinis”, es producto de la combustión de algo por el fuego. Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la caducidad del ser humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.

Ya podemos apreciar esta simbología en los comienzos de la historia de la Salvación cuando leemos en el libro del Génesis que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19). En Gén 18, 27 Abraham dirá: “en verdad soy polvo y ceniza. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícítamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz.

El gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal y a la marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Por eso cuando nos acerquémos a recibir las cenizas, meditemos muy bien en nuestro corazón las palabras que pronunciará el celebrante al imponérnoslas en forma de Cruz: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Cf Mc1,15) y “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver” (Cf Gén 3,19). Para que de verdad sea un signo y unas palabras que nos lleven a descubrir nuestra caducidad, nuestro deseo y necesidad de conversión y aceptación del Evangelio, y el deseo de recibir la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.